sábado, 17 de agosto de 2013

LAS VUELTAS DE LA VIDA.

No soy quién para ponerme a explicarle a la gente las vueltas de la vida. Ni creo conocerlas todas, ni creo que las conoceré, ni quiero conocerlas. Solo soy un testigo de las mismas, contándole a los demás mi propia visión acerca de ellas.
Unas horas antes, su padre había estado al rayo del sol ayudándome a acondicionar el jardín que ella me había dejado volver a sentir mío, a disfrutar, a vivir. Unas horas después, a punto de emprender un camino ya antes caminado, forzoso pero no imposible, otra gente de esa que vale la pena cruzar se había ofrecido a hacérmelo más leve. En ese momento, a mitad del gran Acceso Oeste, levanté la vista de mi lectura para pispear por qué todo marchaba tan lento, y sin obtener respuesta alguna, seguí leyendo.  Unos minutos después, un camión volcado, un colectivo escolar, dos ambulancias, dos mujeres abrazadas conteniéndose mutuamente el llanto y el motivo del embotellamiento de tránsito: decenas de personas parando sus vehículos en medio de la autopista y descendiendo de los mismos para robar la mercadería del camión volcado. Y sus caras sonrientes, rebosantes de alegría, gordas, rechonchas, oscuras, satánicas. Unos minutos antes, ocho meses y medio después, una canción me había hecho adelantar mi dosis de Risperidona. Unos kilómetros más tarde, un patrullero por el carril de enfrente, encaminado seguramente a vallar el lugar del accidente. Y las caras, y las corridas, y la gente que me ayudaba casi sin conocerme, y la que me amaba, y la que no se amaba ni a sí misma. Y el mundo que seguía dando vueltas sin parar. Y yo. Y vos. Y todos nosotros dando vueltas.

30/10/11

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