miércoles, 13 de diciembre de 2023

EL MONSTRUO

Lo miré a los ojos y lo supe al instante: lo que me estaba pidiendo era que deje nuevamente mi autoestima de lado, que suprimiera mi orgullo, mi amor propio y volviera a prisión a comer migajas de su mano. Entonces desde el fondo de mi ser salió un “NO” rotundo que descolocó a mi verdugo.

—No puedo prometerte no volver a escapar, porque no sé si aguantaré mi tortura—dije entre lágrimas.

Sus ojos se transformaron. No se la esperaba. Lo noté en su mirada y traté de mantener la calma mientras me seguía prometiendo que si volvía al claustro, nada volvería a ser como antes, que sería feliz, que podría seguir con vida si aceptaba sus reglas. Yo no quise seguir avivando el fuego y le dije que lo iba a pensar, pero por dentro mi sangre hervía de cólera.

Volvimos hacia donde estábamos preparando la cena para alimentar a nuestras crías y sus palabras resonaban dentro de mi cabeza. Pensaba en si efectivamente me convendría volver a prisión y repasaba cada instante vivido hasta el momento de mi encarcelamiento. Yo había sido tan libre en mi éxito personal que a mi sayón le había resultado tentador tenerme como presa. Nadie es elegido al azar por un cazador de su especie, ellos eligen muy bien sus víctimas ya que serán su alimento. Personas que derrochan vitalidad y energía, como yo lo había hecho antes de mi captura, somos ideales para su macabro plan. Lástima que para cuando lo entendí, mi castigo había sido peor de lo que pensaba.

Las imágenes en mi cerebro de un tiempo pasado no dejaban de resonar y en un momento tuve que exteriorizarlas y lo enfrenté: —No vas a vivir más con mi energía, no vas a poder capturarme otra vez —le grité.

Esta negación despertó la ira en su mirada y sin decir una palabra fue a levantar los cueros que oficiaban de tienda de campaña en esa noche calurosa de un diciembre incipiente. Al intentar él dejarnos sin abrigo, en un impulso instintivo de cuidar a mi cría, todos mis dientes se convirtieron en afilados colmillos, de mis dedos comenzaron a salir garras para reemplazar mis uñas y lo que al principio fue un gemido se transformó en aullido y terminó siendo un rugido fuerte y profundo que se acercó lentamente al victimario con la intención de darle su merecido. Lo que yo no había tenido en cuenta, fue que gran parte de la energía que debía sostener ese grito había sido ya absorbida por su mirada y justo cuando me percaté de eso un golpe en mi ojo derecho me hizo trastabillar hacia atrás haciendo que mi cuerpo se volviera delgado y frágil como una pluma. Con esa trompada había terminado de robarme la vida. 

Una lágrima plateada recorrió mi mejilla y mi ojo se cerró completamente dejándome ver únicamente la mitad de este mundo: la mitad más horrorosa, la más cruel y despiadada. Con un hilito de voz le pregunté: —¿Qué hiciste? —pero él ya había terminado conmigo.

Lo vi alejarse corriendo llevándose consigo todas mis fuerzas y desde aquel entonces ando caminando despacio, mitad mujer-mitad monstruo, boyando en el planeta, mirando a medias, sobreviviendo al peso de las miradas que se bajan al verme tal cual soy a partir de ese día. Tratando de reencontrarme con esa otra mitad del mundo que contiene el combustible para poder emprender de nuevo el viaje libre hacia mi más sincero éxito personal.

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